En medio del concreto y el tránsito cotidiano, una estructura ligera traza líneas en el espacio, subrayando y suspendiendo lo ajeno sobre lo cotidiano. La obra se despliega como una escritura tridimensional, una forma geométrica lineal que no encierra ni delimita, sino que rodea, acompaña. En lugar de imponerse sobre el árbol que la habita, la instalación se pliega a su presencia, reconociéndolo como centro y como eje vital.

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En su diálogo con la naturaleza, la pieza invita a pensar en formas alternativas de coexistencia que no construyan barreras, sino pasajes colectivos. A través de su presencia transitoria, la instalación cuestiona las jerarquías entre lo natural y lo construido, lo humano y lo vegetal, proponiendo un modo de habitar que se funda en el respeto, la escucha y la no imposición.

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Así, la obra no ocupa: susurra.
No transforma: devela.
No interrumpe: espera.
Como quien sabe que habitar no es poseer, sino trazar suavemente un lugar en el tiempo.